Iglesia Católica

Como nació mi novela Amor Sagrado

Fue hace mucho tiempo. Eran los tiempos del IRC. Año 1997. El IRC era un programa en el que entrabas a través de la primigenia internet a nivel usuario en canales de distintas temáticas. Había muchos canales gays. Era el sitio perfecto porque entras con un nick, como un alias, no ponías tu nombre y así conservar el anonimato. Los canales gays se extendieron y se dividieron en canales gays provinciales e inclusos las ciudades grandes, como Jerez, llegamos a tener uno. Yo llegué a ser operador de canal, un rango en el que algunos miembros, creadores o amigos de los creadores, controlaban que el canal no se fuera de las manos con gente que entrara a meter la pata.

Allí conocí a alguien. No recuerdo su alias. Estuvimos hablando por el canal y luego pasamos a hablar en privado. Profesor de filosofía de un Instituto de una ciudad fuera de Jerez. O eso me dijo. En aquel tiempo,  yo tenía muy fresca la Filosofía por entonces. Hablaba de ella con este hombre, pero le veía algunas lagunas. Me extraño, pero bueno, tampoco le di la mayor importancia.

Hablamos un rato y decidimos quedar. No me gusta alargar las conversaciones sin conocer a la persona. He aprendido que hay gente que se monta unas películas que luego no terminan bien.

Quedamos una tarde en Carrefour Sur, como siempre hago en sitios públicos. Soy desconfiado. ¿Y si me están mintiendo y me están esperando para darme una paliza?

Tampoco buscaba sexo rápido. No era mi prioridad en ese momento de mi vida.

Quedamos y llegó tarde. En esa época no había móviles, así que cuando alguien llegaba tarde, siempre te preguntabas si te había dejado plantado. Era algo bastante común. Pero no, llegó a una hora razonable. Cuando lo vi, me quedé en plan: “¡Pero si te conozco!” Pero no sabía de dónde. ¡Conozco a tanta gente y soy tan malo para recordar las caras!

Nos presentamos, nos sentamos a tomar un café y me dijo que había llegado tarde porque había tenido que recoger unas tarjetas de visita que había hecho. Me da una tarjeta. ¡Y era un cura! Sacerdote de la parroquia tal.

¡Ahí mismo caí en quién era! No lo conocía de eso porque no era de la provincia, pero no voy a dar más detalles porque respeto su privacidad. Se lo dije: “Te conozco“. ¡Se quedó blanco! Le dije: “Te conozco de esto y esto. Te vi en tal sitio“. “Sí, me acuerdo“, me dijo con un hilo de voz.

Tranquilo, no voy a decir nada. No soy tan cabrón. Se sintió con confianza y me contó todo el drama que vive un sacerdote católico que es gay y que se pasaba la castidad por el forro. ¿No te da vergüenza? le dije. Supongo que el voto de castidad es para todos. Me dijo que bueno, que no era eso lo común. No lo sé. En su caso, no.

¿Por qué no te sales?

Porque no sé de qué voy a vivir. El sacerdocio como profesión. 

No me quedé más con él. Sé que se asustó. Le perdí la pista. Me dijeron que se había ido a otro sitio. Luego lo volví a ver por la televisión soltando uno de los discursos más homófobos que he escuchado. Qué ironía, pensé.

Hoy no sé qué será de él. Ni idea. 

Aquella experiencia, yo, que soy creyente y encontrarme con un cura de carne y hueso, gay, me marcó. Algo escribí en Religión Digital por aquél tiempo sobre la homosexualidad y la religión católica. Muchos curas gays me leyeron. Me enviaron mensajes anónimos contándome sus penas y lo que sufrían. Otros me escribieron y me pusieron a parir. Alguno me acosó tanto buscando sexo teléfonico que tuve que cambiar el número del teléfono fijo.

He ayudado a curas que lo han pasado muy mal. A otros que perdieron la cabeza y llegaron a hace absolutas barbaridades como ponerse en los perfiles de sexo con su rostro sin ser consciente de la que les podía caer encima. 

No sé qué habré hecho en otra vida. Pero como haya un cura gay, ese me busca. Para bien o para mal. Aquí sigo aguantando, soportando y ayudando si se tercia.

De ahí nació mi novela Amor Sagrado. De todas experiencias, nació la historia de un cura ficticio, Felipe,  que tiene bastante de muchos curas reales y a la vez, nada de ellos. Porque al fin y al cabo, la novela es sólo una historia, que si se parece a la realidad, es sólo pura coincidencia.

Puedes comprarlo pinchando en la foto de abajo o me escribes a alfonso.saborido@gmail.com y yo te lo envío si estás en España.

Amor Sagrado. La novela.

Fotografía: Pixabay.

Fue hace mucho tiempo. Tanto que era el siglo pasado. Corrían los tiempos del IRC. Año 1997. El IRC era un programa en el que entrabas a través de la primigenia internet a nivel usuario en canales de distintas temáticas. Había muchos canales gays. Era el sitio perfecto porque entrabas con un nick, como un alias, no ponías tu nombre y así conservabas el anonimato. Los canales gays se extendieron y se dividieron en canales gays provinciales e inclusos las ciudades grandes, como Jerez, llegamos a tener uno. Yo llegué a ser operador de canal, un rango en el que algunos miembros, creadores o amigos de los creadores, controlaban que el canal no se fuera de las manos con gente que entrara a meter la pata.

Allí conocí a alguien. No recuerdo su alias. Estuvimos hablando por el canal y luego pasamos a hablar en privado. Profesor de filosofía de un Instituto de una ciudad fuera de Jerez. O eso me dijo. En aquel tiempo,  yo tenía muy fresca la filosofía por entonces. Hablaba de ella con este hombre, pero le veía algunas lagunas. Me extraño, pero bueno, tampoco le di la mayor importancia.

Después de un tiempo hablando, quedamos en persona. A mí nunca me ha gustado alargar eternas conversaciones sin ver a la persona. La experiencia me enseñó que determinada gente se montaba una película que luego no terminaba bien.

Quedamos como digo una tarde en Carrefour Sur. Siempre quedaba en sitios públicos. Soy desconfiado. Quién sabe si te están mintiendo y te están esperando para darte una paliza.

Tampoco es que buscara sexo rápido. No. No era aquella cuestión mía en ese momento de mi vida.

El caso es que cuando quedamos llegó tarde. No había móviles aún. El llegar tarde siempre te hacía sospechar de que te habían dejado plantado. Mucha gente lo hacía. Pero no, llegó a una hora prudente. Cuando le vi, me quedé a cuadros porque le conocía, pero no sabía de qué. Yo conozco a mucha gente y soy malo para las caras. 

Nos presentamos, nos sentamos a tomarnos un café y me dijo que había llegado tarde porque había tenido que recoger unas tarjetas de visitas que había hecho y tal. Me da una tarjeta. Fulanito de tal. Sacerdote de la parroquia tal.

Caí en el acto. Lo conocía de eso. No voy a dar más datos aquí porque respeto su anonimato. Se lo dije. Te conozco. Se quedó blanco. Te conozco de esto y esto. Te ví en tal sitio. Yo era fulanito.

— Me acuerdo — me dijo con un hilo de voz.

— Tranquilo, que no voy a decir nada. No soy tan cabrón.

Se sintió con confianza y me contó todo el drama que vive un sacerdote católico que es gay y que se pasaba la castidad por el forro.

— ¿No te da vergüenza? Supongo que el voto de castidad es para todos. Me dijo que bueno, que no era eso lo común. No lo sé. En su caso, no.

— ¿Por qué no te sales?

— Porque no sé de qué voy a vivir.

El sacerdocio como profesión. 

No quedé más con él. Sé que se asustó. Le perdí la pista. Me dijeron que se había ido a otro sitio. Luego lo volví a ver por la televisión soltando uno de los discursos más homófobos que he escuchado. Qué ironía, pensé.

Hoy no sé qué será de él. Ni idea. 

Aquella experiencia, yo, que soy creyente y encontrarme con un cura de carne y hueso, me marcó. Algo escribí en Religión Digital por aquél tiempo sobre la homosexualidad y la religión católica. Muchos curas gays me leyeron. Me enviaron mensajes anónimos contándome sus penas y lo que sufrían. Otros me escribieron y me pusieron a parir. Alguno me acosó tanto buscando sexo teléfonico que tuve que cambiar el número del teléfono fijo.

He ayudado a curas que lo han pasado muy mal. A otros que perdieron la cabeza y llegaron a hace absolutas barbaridades como ponerse en los perfiles de sexo con su rostro sin ser consciente de la que les podía caer encima. 

No sé que habré hecho en otra vida. Pero como haya un cura gay, ese me busca. Para bien o para mal. Aquí sigo aguantando, soportando y ayudando si se tercia.

De ahí nació mi novela Amor Sagrado. De todas experiencias, nació la historia de un cura ficticio, Felipe,  que tiene bastante de muchos curas reales y a la vez, nada de ellos. Porque al fin y al cabo, la novela es sólo una historia, que si se parece a la realidad, es sólo pura coincidencia.

Por cierto, en esto que he escrito hay cosas que no son así. Lo digo por si a alguien le da por pensar quién pudiera ser. Pues no, no van a tener ni idea. No le busquen cerca.

Puedes leer Amor Sagrado gratis si eres suscriptor de Kindle o en papel si lo pides a través de Amazon. Si lo quieres en papel pero no puedes pedirlo por Amazon, pídemelo a mí que yo te lo envío.

Amor Sagrado, la novela de Alfonso Saborido

No sé por qué y supongo que le pasará a muchas personas que escriben, nuestros lectores y lectoras piensan que nosotros somos los protagonistas de nuestras novelas, sobre todo, cuando nos conocen en persona o saben bastante de nosotros.

No. No es así. En ninguna de mis tres novelas, los protagonistas soy yo. Es verdad, que en todos hay parte de mí. Pero también hay parte de otras personas y también hay partes inventadas, porque los escritores de novela, sobre todo, inventamos. De eso se trata. De crear historias en nuestra cabeza y escribirlas. Contar la realidad ya es otro género. En mis novelas, hay mucho de realidad, pero también hay mucho de ficción. No aconsejo a nadie que se coma el coco pensando en si esto pasó o no pasó. O si este personaje existe o no existe. Ya te digo, que no existen como tales.

De todas formas, si tienes curiosidad por saber si tal escena o tal cuestión es inventada o inspirada en la realidad, me escribes en privado y te lo explico. Pero quiero dejarlo claro. Jamás he estado liado con un cura. Dios me libre, lo que me hubiera faltado. Solo conozco el tema.

Alberto deja el servicio militar, narrado en la novela ‘Aquella mili’, y vuelve a la vida civil, adentrándose en distintas organizaciones de la Iglesia Católica. De nuevo, tiene que volver a salir del armario en unas circunstancias más difíciles aún que en la vida militar. Pero con lo que no contaba Alberto era con enamorarse de un sacerdote y ser correspondido…

Tags – sacerdote gay

Obispo de Jerez

Rafael Bellido Caro, el primer obispo de Jerez de la Frontera.
Rafael Bellido Caro, el primer obispo de Jerez de la Frontera.

Hubo un tiempo, que en #Jerez andabas por la calle, o en el vespino, se te caían los apuntes al suelo, y un obispo aparecía y te ayudaba a recogerlos. Te preguntaba por ti, por tu familia. Te acogía. Te quería. No te insultaba. No se metía contigo. Y aparecía donde menos les esperabas. Siempre en nuestra memoria el mejor obispo que ha tenido, y difícilmente tendrá, la Diócesis de Jerez. Don Rafael Bellido Caro, que siempre llevaba el nombre de su madre en la boca y su fotografía a dónde fuera. Ese cura de #Arcosdelafrontera que era obispo. Hoy cumpliría cien años. Ningún día entrar en la catedral sin decirle hola.

Jerez de la Frontera.

Arcos de la Frontera.

Sacerdotes gays – Novela Amor Sagrado.

Sacerdote. Foto de pixabay.
Imagen de Pixabay

Este es un fragmento de mi novela Amor Sagrado. El co-protagonista, Felipe, un sacerdote, tiene su primer encuentro con el protagonista de la novela, Alberto. Los personajes son imaginarios y no tienen nada que ver con la realidad. Parece mentira también, que los escritores tengamos siempre que decir, porque me lo pregunta quien ha leído la obra, si Alberto soy yo. No. Los protagonistas de mi novela no soy yo. Claro que tienen parte de mí, pero no soy yo. A mí no me ha pasado todo lo que les pasa a ellos. Si quieres saber algo en concreto y yo te lo quiero contar, pues pregunta 🙂 .

FELIPE


Hablé con mucha gente, más interesante, menos. Algunos de ellos siguen siendo hoy mis amigos, de los mejores. Pero recuerdo que recibí un privado de un profesor de filosofía. A mí me gustaba bastante la filosofía y hablábamos sobre ello. Me gustaba que por el hecho de ser gay no tuviera forzosamente que hablar siempre de lo mismo. Pero yo notaba algo raro. Para ser profesor de filosofía en un instituto, dudaba a veces. No tenía claro conceptos que, como profesor, se lo tendría que saber al dedillo. Bien estaba que yo, que no soy filósofo tuviera lagunas. Pero ¿él? Me extrañaba, pero bueno, no le di una importancia excesiva.
Un día me dijo que si quería quedar a tomar un café. Le dije que sí. Sin dudarlo. No me producía miedo. Tenía mi desconfianza, pero miedo no. Además, quedamos en un centro comercial muy concurrido con lo cual no había peligro ninguno.
Yo, como siempre, llegué antes y me senté en la mesa de la cafetería donde habíamos quedado. Yo le había mandado mi fotografía. Él no, porque no tenía. O eso me dijo. En aquellos tiempos no todo el mundo tenía fotografías escaneadas con lo cual llegué a entenderlo.
Alguien me habló a mis espaldas.
— ¿Eres Alberto?
Me volví y vi a un chico de mi edad que conocía de vista y supuse que era Felipe, el filósofo.
— ¿Felipe?
— Soy yo — me dijo dándome la mano.
— ¿Nos sentamos? — le dije
— Vale.
— Gracias por venir. Con esto de las citas a ciegas siempre creo que me van a dejar plantado.
— Yo no soy de esos, no hago lo que no quiero que me hagan.
— Eso está bien. Bueno, pues aquí estamos. Hay que romper el hielo.
— Cuesta bastante hablar, ¿verdad?
— Sí que cuesta y mira que yo soy hablador.
— Yo también soy hablador, por mi profesión.
— Verdad, siendo profesor, tienes que hablar mucho.
— ¿Cómo? Ah, sí, sí, claro.
— Pues yo te conozco a ti y no sé de qué.
— Dicen que me parezco a un cantante inglés famoso.
— Sí, ya sé a quién dices, pero no. Yo te he visto a ti en algún sitio, vamos, que hemos estado juntos en algún lado.
Se puso rojo y un poco nervioso.
— Pero bueno, no importa, puede ser que lo sea, de haber visto al cantante ese y que tu cara me suene.
— Lo más seguro. Por cierto, he llegado un poquitín más tarde porque estaba terminando un trabajo en casa.
— ¿Y eso?
— Unas tarjetas de visita, que me gusta llevarlas siempre encima, soy muy clásico. No es que esté muy puesto, pero me pasaron el Publisher y creo que me han salido medio decentes. ¿Quieres ver una?
— Vale, yo sé hacerlas, si necesitas ayuda, aquí estoy. A ver.
Me dio una tarjeta de visita y me quedé helado cuando lo leí.
«Felipe Márquez González. Párroco de Nuestra Señora de las Azucenas. Villanueva de la Frontera. Sevilla.»
Me quedé mirando la tarjeta y no era capaz de levantar la mirada.
— ¿Te ocurre algo? — me preguntó.
— ¿Eres cura?
— Sí, ¿te importa?
— Sí, me importa — le dije, alzando mi vista y mirándole a los ojos.
Se quedó en silencio. Notaba sus nervios.
— Yo ya sé de qué te conozco. He estado contigo en el seminario — continué hablándole.
Seguía rojo y muy nervioso. Le temblaban los labios y la voz. Parecía que le iba a dar un colapso.
— Tranquilo, Felipe. Tranquilo que yo no voy a decir nada ni te voy a juzgar. Tranquilo.
— Es que me he cagado, tío, si es que no tenía que haber quedado.
— ¿Has quedado alguna vez con alguien como conmigo?
— No.
— ¿No me mientes?
— No, te lo aseguro. He quedado porque me pareciste distinto a lo que solía encontrar.
— ¿Tú no me recuerdas?
— No.
— Fui con unos amigos un domingo por la tarde al seminario a tomar café con los de Introductorio, para conocer el seminario y ver si teníamos vocación, que a la vista está no tenía. Tú estabas allí. Viniste con nosotros.
— Verdad, de una parroquia obrera ¿no?
— Sí.
— Tú eras el que nos contaste que estuviste en el Camino.
— El mismo.
— Sí, te recuerdo, es que veo a muchísima gente. Y no te esperaba aquí.
— Pues ya ves, que puntería.
— Quiero pasar desapercibido y quedo con uno que conoce la Iglesia – dijo resoplando.
— De pe a pa la conozco.
— Por favor, no digas nada.
— No, te he dicho que no. Puedes estar tranquilo. Bueno. ¿Y qué buscabas o esperabas encontrar?
— Un amigo con el que poder hablar.
— ¿No buscabas ligar?
— Te he dicho que no.
— ¿Cómo lo llevas?
— ¿El qué?
— ¿El qué va a ser? El ser gay.
— Mal, muy mal. Nadie lo sabe.
— ¿No se lo has contado a nadie?
— A un compañero bajo secreto de confesión.
— ¿Qué te dijo?
— Que olvidara esto. Luego, dejó de hablarme.
— Yo no sé cómo ayudarte, porque estás en una organización muy cerrada.
— Tú también lo estás.
— Sí, pero en la periferia de la Iglesia. El curso que viene no voy a seguir en catequesis.
— ¿Por qué?
— Porque se fue un amigo al que quería mucho y luego me da miedo que se descubra que un catequista de comunión es gay. Se puede formar una gorda.
— Llevas razón, se puede formar. Tú lo tienes más fácil para irte. Yo no.
— ¿Por qué?
— Porque si dejo de ser cura ¿de qué vivo?
— ¿No eras profesor de filosofía?
— Te mentí, hice Teología.
— Así tenías algunas dudas raras cuando hablaba contigo.
— Claro, la filosofía la estudié pero no la tengo al día, tenía que mirar en una guía. Tú hacías preguntas muy complicadas.
— Porque no me fiaba.
— Pues ya ves, pasé la prueba.
— Sí, con reservas.
— ¿No tendrías que estar ahora en la parroquia? — le pregunté mirando el reloj.
— Los tengo en un encuentro de oración, tengo que volver dentro de una hora.
— Tiene cojones, ellos rezando y tú buscando ligues.
— Me has dicho que no me vas a juzgar.
— Joder, no me digas que no tiene su gracia.
— Lo sé, es absurdo. No tenía que haber venido.
— No, no creo. Yo creo que las cosas pasan por algo. Has encontrado a un gay y cristiano. Imagina que te encuentras a un gay ateo.
— Me muero.
— ¿Cómo te has atrevido a enseñarme la tarjeta de visita? ¿No has tenido miedo?
— No sé, ha sido como un impulso. Bueno ¿y a ti qué tal te va?
— ¿A mí? — le contesté – Sería muy largo de contar.

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La suegra de Pedro

La curación de la suegra de Pedro por John Bridges, siglo XIX. Birmingham Museum of Art

No olvidemos que la única forma lícita de mirar a una persona de arriba hacia abajo es cuando tú tiendes la mano para ayudarla a levantarse. La única. (Papa Francisco).

Lectura del santo evangelio según san Marcos

Mc 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.

Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era él.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: “Todos te andan buscando”. Él les dijo: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios.

Alfonso Saborido

La soledad de los curas.

La soledad de los curas. Podría ser un título para una nueva novela mía, al estilo de Amor Sagrado, que podéis leer en este enlace que os dejo aquí. Pinchad sobre él.
Me ha impactado la noticia, que creo que no ha tenido el bombo en las redes sociales que hubiera merecido, sobre la aparición muerto en su domicilio de Alfonso López Benito, canónigo emérito de la catedral de Valencia.

Según InfoVaticana:
La policía nacional ha confirmado la detención de un hombre de origen sudamericano como presunto autor del asesinato del sacerdote valenciano que fue encontrado muerto en su casa con signos de asfixia. El Grupo de Homicidios arrestó al sospechoso este miércoles tras seguir el rastro del teléfono de la víctima.
Los datos de la autopsia confirman que la muerte de Alfonso López Benito, que habría cumplido los 81 el próximo 23 de junio, fue por asfixia y, según todos los indicios, el homicidio se produjo en la madrugada del pasado lunes, día de San Vicente Mártir.
El presunto asesino mantuvo relaciones sexuales con el sacerdote asesinado, quien le debía dinero. Fue este hombre de origen extranjero quien -presuntamente- al matarlo, se llevó el móvil del cura desde el cual envió mensajes de Whatsapp haciéndose pasar por su víctima y diciendo que estaría unos días fuera, con la intención de retrasar el hallazgo del cadáver.
Al parecer, el detenido acudía con regularidad a la vivienda y llegaba a permanecer varios días en la casa. Según los medios locales, el canónigo emérito de la Catedral de València solía reclutar a esos jóvenes en la calle, la mayoría de ellos entre aparcacoches del centro de la ciudad.
La afición de llevar chicos jóvenes a casa le había generado conflictos que incluso habían traspasado lo personal y habían provocado tensiones con parte del vecindario, sobre todo después de que la Policía Nacional y la Local tuvieran que acudir en varias ocasiones a la vivienda.
La información que maneja la Policía Nacional es que captaba a jóvenes en situación de exclusión social, muchos de ellos extranjeros, y les ofrecía dinero, casi siempre 50 euros, por hacer distintos arreglos en la casa, si bien casi nunca les pagaba la cantidad acordada. En muchas ocasiones las pretensiones del ahora fallecido eran de índole sexual.


Yo me pregunto qué llevó a este hombre a este modo de vida. Qué tuvo en la cabeza para caer en manos de jóvenes necesitados de dinero para mantener relaciones sexuales y terminar como acabó. Qué fue lo que le hizo hacerse sacerdote si sabía que era homosexual. ¿Nunca pensó que su vida se iba a convertir en una verdadera tortura? Pregunta que también hay que trasladarla a los sacerdotes heterosexuales, porque realmente el problema no está en la homosexualidad, es el no poder soportar ese voto de castidad que, opinión personal, no tiene sentido ninguno.
Yo creo que una persona que no puede mantener relaciones sexuales en toda su vida tiene una estabilidad desordenada y que (aquí sí, y no como muchos clérigos dicen sobre la homosexualidad), va contra natura. La sexualidad es una función humana tan importante como el comer o el beber. Si la anulas, algo irá mal. Cómo ha ido.
Me pregunto cómo serían las noches de este hombre, pensando, soñando, con una caricia, con un beso de amor, con un enamoramiento, con una vida en pareja. Cosas imposibles para un cura porque el amor no se puede comprar.
Pero a lo largo de este triste texto y esta triste desgracia, sólo puedo sacar algo positivo. La decisión de este hombre de satisfacer sus deseos primarios con prostitutos y no con niños chicos, que son más seguros para ellos, porque no asesinan, son débiles, asustados y no hablan.
Que Dios les perdone. Si pueden. Descanse en paz el alma de este pobre hombre.

Cartel de la Semana Santa de Sevilla

Autor: Salustiano García.

El gran milagro del Resucitado del Cartel de Sevilla es, por un lado, celebrar la Vida. Jesús estuvo muerto solo tres días. El resto vivo, aunque en Andalucía nos acostumbraron a verlo clavado y muerto en una Cruz. Callado. Así convenía. Para nada querían al Jesús vivo que habla en el Evangelio y pone a cada cuál en su sitio.
Y por otro, está sacando del armario a todos los homófobos del mundo, lo cual es una ventaja: el saber quienes son para apartarlos de nuestra vida y protegernos.

Yo estoy con Francisco: en defensa del Papa.

El portal Religión Digital ha empezado una campaña de apoyo al Papa Francisco y pide a los católicos que le defendamos ante los ataques de una minoría integrista compuesta por los de siempre.

Por supuesto que apoyo al Papa Francisco sin dudarlo un segundo. El Papa Francisco huele a Evangelio. Es un claro ejemplo de lo que para mí es un seguidor de Jesús. Es como si el cura de mi barrio hubiera llegado a Papa y siguiera siendo el mismo, aunque vestido de blanco. Francisco no estridente en sus vestiduras. Desde el primer momento que se asomó a la plaza de San Pedro, lo hizo humildemente, con su traje blanco. Francisco no es de grandes avenidas ni grandes capitales. Sus viajes han sido a las periferias. A las fronteras. Francisco sabe que Jesús está en el sagrario de los templos sencillos, por eso vive en Santa Marta. Pero también sabe que Jesús vive en el prójimo, por eso no ha dudado en acercarse a donde Jesús muere en el mar con los inmigrantes, a las cárceles y a los condenados donde Jesús también está presente. Se ha acercado al pobre. Convive y escucha a los expulsados, a los rechazados.

Se sienta al lado de las mujeres, cada día con muchos enfrentamientos, le está dando el sitio que se merecen de igualdad. Escucha a los homosexuales, a las personas transexuales, a las personas divorciadas. La que le ha caído por parte de los malos por el tema de la bendición del Fiducia supplicans (‘Confianza suplicante’). ¿No bendecía Jesús también a todas las personas que eran pecadoras y abrazaban el evangelio? Esa minoría integrista olvida que pecadores somos todos. Que todos somos hijos de Dios. Que todos merecemos la bendición. Que Jesús perdonó a todos sus enemigos porque no sabían lo que hacían.

Francisco es un rayo de luz en la Iglesia. Es un balón de oxígeno. Un papa valiente que se ha enfrentado a cuestiones como la pederastia, cosa que nadie ha hecho nunca. Que ha puesto a los cardenales envueltos en el pecado de la soberbia y la riqueza en su sitio.

Francisco, tienes el apoyo mío y el de toda la Iglesia. Pero tienes el apoyo más grande: el del Espíritu Santo. El malo no va a poder contigo porque estás lleno de Jesús. Larga vida al Papa Francisco.

Fiducia supplicans o cómo sacar a los homófobos católicos del armario.

Lo que sin duda se ha hecho con buena intención, la Fiducia supplicans por parte del Vaticano, se ha convertido en un látigo contra las personas homosexuales católicas, porque está dirigida a ellos. A quien no es católico, en realidad le importa muy poco o nada, que un sacerdote católico bendiga su relación.

La bendición propuesta con un protocolo más complicado que el que se utiliza para bendecir a los animales en la fiesta de San Antón en Jerez de la Frontera, por poner un ejemplo, solo ha servido para echarnos a las fieras, como si de un circo romano se tratase, a las personas homosexuales, criadas en la Iglesia Católica, con nuestra fe intacta, pero en la realidad, expulsados de esta Iglesia que nos desprecia continuamente.

Estamos acostumbrados a vivir en la frontera. Las bendiciones de los curas homófobos no las necesitamos, entre otras cosas, porque con la hipocresía ya común en la Historia de la Iglesia, estas bendiciones a parejas homosexuales se están dando de hecho desde hace muuuuuuucho tiempo.

Pero en la Iglesia Católica, la norma es que mientras no se hable de algo, este algo, no existe.

Pero hay tantas cosas que existen en la Iglesia y de las que no hablamos ¿verdad?

La homosexualidad, tan cotidiana, tan presente en la Iglesia día a día…

Eso me hizo escribir una novela en la que cuento la historia de una relación entre un sacerdote católico y un joven catecúmeno, basado en hechos reales, aunque los personajes no son reales y si hay algún parecido con la realidad, es pura coincidencia.

Los laicos católicos que no nos escondemos ni ocultamos nuestra homosexualidad, hemos recibido siempre el apoyo de los sacerdotes homosexuales que llevan su voto de castidad con dignidad, pero también el acoso de religiosos homosexuales, buscando lo que se conoce un rollito… que por cierto, son los más homófobos luego de cara al público.

Este ‘Amor Sagrado’ que escribí, no es tanta ciencia ficción como parece. Lo puedes leer gratis en Amazon Kindle.

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