Una mañana de otoño de 1982, mientras España veía como el primer presidente socialista llegaba a la Moncloa y el Papa Juan Pablo II visitaba el país, yo decidí que mi camino no iba a ser el de todos los días al Instituto donde estaba estudiando. Cambié el rumbo de mi Vespino y aparqué enfrente del cuartel militar donde estaba el Regimiento de Artillería N.o 74 en Jerez. Esa noche había decidido que iba a hacer el servicio militar voluntario. Me dirigí hacia la entrada principal, con una puerta muy grande, abierta, con un arco encima que recordaba a las iglesias renacentistas. Antes de la puerta, había una valla para impedir el paso de vehículos. Entré por el lado y al llegar a la puerta se me acercó un soldado con un fusil colgado. Me saludó y me preguntó que quería. Le dije que iba a solicitar la admisión como voluntario para hacer el servicio militar allí. El soldado me miró de arriba a abajo con desdén y una cara de asco que no podría olvidar y me dijo que pasara al final de la puerta, que llegara al patio del cuartel y luego cogiera hacia la derecha, al final del edificio, donde habría unas escaleras metálicas. Que las subiera, abriera la puerta y entrara en la oficina y preguntara por el teniente Monasterio.
Así hice. El patio del cuartel era grande, no sabría decir los metros, pero los suficientes para hacer un buen desfile militar allí. Suelo adoquinado. Estaba rodeado de árboles unas catalpas, blanqueadas hasta la mitad de su tronco y que, en ese otoño, empezaron a empapelar de hojas todo el patio. Unas hojas que un soldado diligentemente iba recogiendo con un carrito como los que utilizan los trabajadores de la limpieza. No había mucho movimiento en el patio. Era sobre las diez de la mañana y los soldados estaban cada cual en su destino. Cogí por la acera del edificio buscando las escaleras que me habían dicho y llegué a la puerta de la oficina. Ponía en un pequeño cartel «Pase sin llamar». Ahí me llamó la atención algo que sería común luego en toda mi historia militar: que las puertas de los cuarteles siempre están abiertas.