Hay recuerdos de cosas de la mili que todavía andan por ahí perdidas en la memoria y cuando menos las esperas te viene el flash. Apunté muchas cuando escribí mi novela hace ya unos cuántos años, pero me siguen viniendo. Como ésta.
Entonces era yo cabo primero y estaba de guardia junto a un artillero en la puerta de autos, controlando los vehículos que salían y entraban. Creo que el servicio terminaba a las diez o antes de la retreta. Debía ser invierno porque era de noche.
Llegó un coche civil a la puerta y se bajaron dos chicos y una chica, de unos veintipocos años. Nos cuentan que el padre de la chica era militar, que no estaba en casa y que habían empezado a jugar entre ellos y que se había puesto las esposas del padre. No sé fijó en las llaves y cuando las fue a buscar, no las encontró.
No quería que su padre se enterara (que se enteraría, digo yo). Habían llamado a la Polícia y le dijeron que ellos no tenían instrumentos para poder abrirlas y la enviaron a nuestro cuartel.
El artillero y yo alucinamos con la historia. Llamé por el telefonillo al Oficial de Guardia y esté salió y habló con ellos. Le contaron la misma historia. Así que se los llevó para el cuerpo de guardia y llamó a uno de los artilleros de la batería de servicios que estaban de guardia para que con una cizalla les abrieran las esposas.
El caso es que yo terminé la guardia y me fui para mi batería. Al día siguiente, me enteré de que se las habían quitado y asunto terminado.
La historia me pareció surrealista, pero sucedió en el Cuartel Nuestra Señora de la Cabeza, Regimiento de Artillería Antiaérea, número 74.