NOTAS

Mañanas de verano

Mis mañanas de verano, salvo los domingos que me llevaban a la playa eran absolutamente iguales. No recuerdo a la hora que me levantaba. Desayunaba, colacao con pan tostado con mantequilla o galletas. La rutina comenzaba. Aunque siempre sacaba buenas notas, mi madre me obligaba a hacer tareas del colegio todas las mañanas. Entonces no habían esos libros de vacaciones Santillana. Estaban a punto de aparecer. Mi madre me ponía con los cuadernitos Rubio. No le daba mucha importancia a la caligrafía, cosa que tenía que haber hecho, porque siempre he tenido un letra horrible para mi gusto. Ella creía más fundamental las matemáticas. Allí estaba yo haciendo sumas interminables, pero las operaciones que más coraje me daban eran las divisiones con varias cifras y decimales.
Luego me las corregía mi hermana, porque mi madre no sabía hacer divisiones. Salió del colegio antes de aprenderlo.
Después me iba a jugar a la calle. En mi caso, era el campo, con mis vecinos. Si hacía mucho calor, nos poníamos debajo de una parra grande y allí jugábamos a juegos de mesa, como los juegos reunidos Geyper o el Monopoly. A este jugábamos menos porque terminábamos enfadados siempre.
Cuando nos cánsabamos leíamos tebeos y libros juveniles. O si la calor ya era inaguantable, nuestras madres colocaban por la mañana un baño de zinc al Sol y nos dábamos un chapuzón. Así hasta la hora de comer a la una y medio o así, cuando llegaba mi padre de trabajar. En casa comíamos todos juntos con una puntualidad absoluta. Esa obsesión de mi madre la llevo encima todavía. Cosas que aprendes a fuego.

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