Fotografía: Pixabay.

Fue hace mucho tiempo. Tanto que era el siglo pasado. Corrían los tiempos del IRC. Año 1997. El IRC era un programa en el que entrabas a través de la primigenia internet a nivel usuario en canales de distintas temáticas. Había muchos canales gays. Era el sitio perfecto porque entrabas con un nick, como un alias, no ponías tu nombre y así conservabas el anonimato. Los canales gays se extendieron y se dividieron en canales gays provinciales e inclusos las ciudades grandes, como Jerez, llegamos a tener uno. Yo llegué a ser operador de canal, un rango en el que algunos miembros, creadores o amigos de los creadores, controlaban que el canal no se fuera de las manos con gente que entrara a meter la pata.

Allí conocí a alguien. No recuerdo su alias. Estuvimos hablando por el canal y luego pasamos a hablar en privado. Profesor de filosofía de un Instituto de una ciudad fuera de Jerez. O eso me dijo. En aquel tiempo,  yo tenía muy fresca la filosofía por entonces. Hablaba de ella con este hombre, pero le veía algunas lagunas. Me extraño, pero bueno, tampoco le di la mayor importancia.

Después de un tiempo hablando, quedamos en persona. A mí nunca me ha gustado alargar eternas conversaciones sin ver a la persona. La experiencia me enseñó que determinada gente se montaba una película que luego no terminaba bien.

Quedamos como digo una tarde en Carrefour Sur. Siempre quedaba en sitios públicos. Soy desconfiado. Quién sabe si te están mintiendo y te están esperando para darte una paliza.

Tampoco es que buscara sexo rápido. No. No era aquella cuestión mía en ese momento de mi vida.

El caso es que cuando quedamos llegó tarde. No había móviles aún. El llegar tarde siempre te hacía sospechar de que te habían dejado plantado. Mucha gente lo hacía. Pero no, llegó a una hora prudente. Cuando le vi, me quedé a cuadros porque le conocía, pero no sabía de qué. Yo conozco a mucha gente y soy malo para las caras. 

Nos presentamos, nos sentamos a tomarnos un café y me dijo que había llegado tarde porque había tenido que recoger unas tarjetas de visitas que había hecho y tal. Me da una tarjeta. Fulanito de tal. Sacerdote de la parroquia tal.

Caí en el acto. Lo conocía de eso. No voy a dar más datos aquí porque respeto su anonimato. Se lo dije. Te conozco. Se quedó blanco. Te conozco de esto y esto. Te ví en tal sitio. Yo era fulanito.

— Me acuerdo — me dijo con un hilo de voz.

— Tranquilo, que no voy a decir nada. No soy tan cabrón.

Se sintió con confianza y me contó todo el drama que vive un sacerdote católico que es gay y que se pasaba la castidad por el forro.

— ¿No te da vergüenza? Supongo que el voto de castidad es para todos. Me dijo que bueno, que no era eso lo común. No lo sé. En su caso, no.

— ¿Por qué no te sales?

— Porque no sé de qué voy a vivir.

El sacerdocio como profesión. 

No quedé más con él. Sé que se asustó. Le perdí la pista. Me dijeron que se había ido a otro sitio. Luego lo volví a ver por la televisión soltando uno de los discursos más homófobos que he escuchado. Qué ironía, pensé.

Hoy no sé qué será de él. Ni idea. 

Aquella experiencia, yo, que soy creyente y encontrarme con un cura de carne y hueso, me marcó. Algo escribí en Religión Digital por aquél tiempo sobre la homosexualidad y la religión católica. Muchos curas gays me leyeron. Me enviaron mensajes anónimos contándome sus penas y lo que sufrían. Otros me escribieron y me pusieron a parir. Alguno me acosó tanto buscando sexo teléfonico que tuve que cambiar el número del teléfono fijo.

He ayudado a curas que lo han pasado muy mal. A otros que perdieron la cabeza y llegaron a hace absolutas barbaridades como ponerse en los perfiles de sexo con su rostro sin ser consciente de la que les podía caer encima. 

No sé que habré hecho en otra vida. Pero como haya un cura gay, ese me busca. Para bien o para mal. Aquí sigo aguantando, soportando y ayudando si se tercia.

De ahí nació mi novela Amor Sagrado. De todas experiencias, nació la historia de un cura ficticio, Felipe,  que tiene bastante de muchos curas reales y a la vez, nada de ellos. Porque al fin y al cabo, la novela es sólo una historia, que si se parece a la realidad, es sólo pura coincidencia.

Por cierto, en esto que he escrito hay cosas que no son así. Lo digo por si a alguien le da por pensar quién pudiera ser. Pues no, no van a tener ni idea. No le busquen cerca.

Puedes leer Amor Sagrado gratis si eres suscriptor de Kindle o en papel si lo pides a través de Amazon. Si lo quieres en papel pero no puedes pedirlo por Amazon, pídemelo a mí que yo te lo envío.

por Alfonso

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