junio 2024

Como nació mi novela Amor Sagrado

Fue hace mucho tiempo. Eran los tiempos del IRC. Año 1997. El IRC era un programa en el que entrabas a través de la primigenia internet a nivel usuario en canales de distintas temáticas. Había muchos canales gays. Era el sitio perfecto porque entras con un nick, como un alias, no ponías tu nombre y así conservar el anonimato. Los canales gays se extendieron y se dividieron en canales gays provinciales e inclusos las ciudades grandes, como Jerez, llegamos a tener uno. Yo llegué a ser operador de canal, un rango en el que algunos miembros, creadores o amigos de los creadores, controlaban que el canal no se fuera de las manos con gente que entrara a meter la pata.

Allí conocí a alguien. No recuerdo su alias. Estuvimos hablando por el canal y luego pasamos a hablar en privado. Profesor de filosofía de un Instituto de una ciudad fuera de Jerez. O eso me dijo. En aquel tiempo,  yo tenía muy fresca la Filosofía por entonces. Hablaba de ella con este hombre, pero le veía algunas lagunas. Me extraño, pero bueno, tampoco le di la mayor importancia.

Hablamos un rato y decidimos quedar. No me gusta alargar las conversaciones sin conocer a la persona. He aprendido que hay gente que se monta unas películas que luego no terminan bien.

Quedamos una tarde en Carrefour Sur, como siempre hago en sitios públicos. Soy desconfiado. ¿Y si me están mintiendo y me están esperando para darme una paliza?

Tampoco buscaba sexo rápido. No era mi prioridad en ese momento de mi vida.

Quedamos y llegó tarde. En esa época no había móviles, así que cuando alguien llegaba tarde, siempre te preguntabas si te había dejado plantado. Era algo bastante común. Pero no, llegó a una hora razonable. Cuando lo vi, me quedé en plan: “¡Pero si te conozco!” Pero no sabía de dónde. ¡Conozco a tanta gente y soy tan malo para recordar las caras!

Nos presentamos, nos sentamos a tomar un café y me dijo que había llegado tarde porque había tenido que recoger unas tarjetas de visita que había hecho. Me da una tarjeta. ¡Y era un cura! Sacerdote de la parroquia tal.

¡Ahí mismo caí en quién era! No lo conocía de eso porque no era de la provincia, pero no voy a dar más detalles porque respeto su privacidad. Se lo dije: “Te conozco“. ¡Se quedó blanco! Le dije: “Te conozco de esto y esto. Te vi en tal sitio“. “Sí, me acuerdo“, me dijo con un hilo de voz.

Tranquilo, no voy a decir nada. No soy tan cabrón. Se sintió con confianza y me contó todo el drama que vive un sacerdote católico que es gay y que se pasaba la castidad por el forro. ¿No te da vergüenza? le dije. Supongo que el voto de castidad es para todos. Me dijo que bueno, que no era eso lo común. No lo sé. En su caso, no.

¿Por qué no te sales?

Porque no sé de qué voy a vivir. El sacerdocio como profesión. 

No me quedé más con él. Sé que se asustó. Le perdí la pista. Me dijeron que se había ido a otro sitio. Luego lo volví a ver por la televisión soltando uno de los discursos más homófobos que he escuchado. Qué ironía, pensé.

Hoy no sé qué será de él. Ni idea. 

Aquella experiencia, yo, que soy creyente y encontrarme con un cura de carne y hueso, gay, me marcó. Algo escribí en Religión Digital por aquél tiempo sobre la homosexualidad y la religión católica. Muchos curas gays me leyeron. Me enviaron mensajes anónimos contándome sus penas y lo que sufrían. Otros me escribieron y me pusieron a parir. Alguno me acosó tanto buscando sexo teléfonico que tuve que cambiar el número del teléfono fijo.

He ayudado a curas que lo han pasado muy mal. A otros que perdieron la cabeza y llegaron a hace absolutas barbaridades como ponerse en los perfiles de sexo con su rostro sin ser consciente de la que les podía caer encima. 

No sé qué habré hecho en otra vida. Pero como haya un cura gay, ese me busca. Para bien o para mal. Aquí sigo aguantando, soportando y ayudando si se tercia.

De ahí nació mi novela Amor Sagrado. De todas experiencias, nació la historia de un cura ficticio, Felipe,  que tiene bastante de muchos curas reales y a la vez, nada de ellos. Porque al fin y al cabo, la novela es sólo una historia, que si se parece a la realidad, es sólo pura coincidencia.

Puedes comprarlo pinchando en la foto de abajo o me escribes a alfonso.saborido@gmail.com y yo te lo envío si estás en España.

Historias de la mili

Hay recuerdos de cosas de la mili que todavía andan por ahí perdidas en la memoria y cuando menos las esperas te viene el flash. Apunté muchas cuando escribí mi novela hace ya unos cuántos años, pero me siguen viniendo. Como ésta.

Entonces era yo cabo primero y estaba de guardia junto a un artillero en la puerta de autos, controlando los vehículos que salían y entraban. Creo que el servicio terminaba a las diez o antes de la retreta. Debía ser invierno porque era de noche.

Llegó un coche civil a la puerta y se bajaron dos chicos y una chica, de unos veintipocos años. Nos cuentan que el padre de la chica era militar, que no estaba en casa y que habían empezado a jugar entre ellos y que se había puesto las esposas del padre. No sé fijó en las llaves y cuando las fue a buscar, no las encontró.

No quería que su padre se enterara (que se enteraría, digo yo). Habían llamado a la Polícia y le dijeron que ellos no tenían instrumentos para poder abrirlas y la enviaron a nuestro cuartel.

El artillero y yo alucinamos con la historia. Llamé por el telefonillo al Oficial de Guardia y esté salió y habló con ellos. Le contaron la misma historia. Así que se los llevó para el cuerpo de guardia y llamó a uno de los artilleros de la batería de servicios que estaban de guardia para que con una cizalla les abrieran las esposas.

El caso es que yo terminé la guardia y me fui para mi batería. Al día siguiente, me enteré de que se las habían quitado y asunto terminado.

La historia me pareció surrealista, pero sucedió en el Cuartel Nuestra Señora de la Cabeza, Regimiento de Artillería Antiaérea, número 74.

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Amor Sagrado. La novela.

Fotografía: Pixabay.

Fue hace mucho tiempo. Tanto que era el siglo pasado. Corrían los tiempos del IRC. Año 1997. El IRC era un programa en el que entrabas a través de la primigenia internet a nivel usuario en canales de distintas temáticas. Había muchos canales gays. Era el sitio perfecto porque entrabas con un nick, como un alias, no ponías tu nombre y así conservabas el anonimato. Los canales gays se extendieron y se dividieron en canales gays provinciales e inclusos las ciudades grandes, como Jerez, llegamos a tener uno. Yo llegué a ser operador de canal, un rango en el que algunos miembros, creadores o amigos de los creadores, controlaban que el canal no se fuera de las manos con gente que entrara a meter la pata.

Allí conocí a alguien. No recuerdo su alias. Estuvimos hablando por el canal y luego pasamos a hablar en privado. Profesor de filosofía de un Instituto de una ciudad fuera de Jerez. O eso me dijo. En aquel tiempo,  yo tenía muy fresca la filosofía por entonces. Hablaba de ella con este hombre, pero le veía algunas lagunas. Me extraño, pero bueno, tampoco le di la mayor importancia.

Después de un tiempo hablando, quedamos en persona. A mí nunca me ha gustado alargar eternas conversaciones sin ver a la persona. La experiencia me enseñó que determinada gente se montaba una película que luego no terminaba bien.

Quedamos como digo una tarde en Carrefour Sur. Siempre quedaba en sitios públicos. Soy desconfiado. Quién sabe si te están mintiendo y te están esperando para darte una paliza.

Tampoco es que buscara sexo rápido. No. No era aquella cuestión mía en ese momento de mi vida.

El caso es que cuando quedamos llegó tarde. No había móviles aún. El llegar tarde siempre te hacía sospechar de que te habían dejado plantado. Mucha gente lo hacía. Pero no, llegó a una hora prudente. Cuando le vi, me quedé a cuadros porque le conocía, pero no sabía de qué. Yo conozco a mucha gente y soy malo para las caras. 

Nos presentamos, nos sentamos a tomarnos un café y me dijo que había llegado tarde porque había tenido que recoger unas tarjetas de visitas que había hecho y tal. Me da una tarjeta. Fulanito de tal. Sacerdote de la parroquia tal.

Caí en el acto. Lo conocía de eso. No voy a dar más datos aquí porque respeto su anonimato. Se lo dije. Te conozco. Se quedó blanco. Te conozco de esto y esto. Te ví en tal sitio. Yo era fulanito.

— Me acuerdo — me dijo con un hilo de voz.

— Tranquilo, que no voy a decir nada. No soy tan cabrón.

Se sintió con confianza y me contó todo el drama que vive un sacerdote católico que es gay y que se pasaba la castidad por el forro.

— ¿No te da vergüenza? Supongo que el voto de castidad es para todos. Me dijo que bueno, que no era eso lo común. No lo sé. En su caso, no.

— ¿Por qué no te sales?

— Porque no sé de qué voy a vivir.

El sacerdocio como profesión. 

No quedé más con él. Sé que se asustó. Le perdí la pista. Me dijeron que se había ido a otro sitio. Luego lo volví a ver por la televisión soltando uno de los discursos más homófobos que he escuchado. Qué ironía, pensé.

Hoy no sé qué será de él. Ni idea. 

Aquella experiencia, yo, que soy creyente y encontrarme con un cura de carne y hueso, me marcó. Algo escribí en Religión Digital por aquél tiempo sobre la homosexualidad y la religión católica. Muchos curas gays me leyeron. Me enviaron mensajes anónimos contándome sus penas y lo que sufrían. Otros me escribieron y me pusieron a parir. Alguno me acosó tanto buscando sexo teléfonico que tuve que cambiar el número del teléfono fijo.

He ayudado a curas que lo han pasado muy mal. A otros que perdieron la cabeza y llegaron a hace absolutas barbaridades como ponerse en los perfiles de sexo con su rostro sin ser consciente de la que les podía caer encima. 

No sé que habré hecho en otra vida. Pero como haya un cura gay, ese me busca. Para bien o para mal. Aquí sigo aguantando, soportando y ayudando si se tercia.

De ahí nació mi novela Amor Sagrado. De todas experiencias, nació la historia de un cura ficticio, Felipe,  que tiene bastante de muchos curas reales y a la vez, nada de ellos. Porque al fin y al cabo, la novela es sólo una historia, que si se parece a la realidad, es sólo pura coincidencia.

Por cierto, en esto que he escrito hay cosas que no son así. Lo digo por si a alguien le da por pensar quién pudiera ser. Pues no, no van a tener ni idea. No le busquen cerca.

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