FELIPE (Un capítulo de AMOR SAGRADO).
Alberto está conectado a IRC, un chat muy popular en los años 90. Estaba conectado al canal #GayCádiz.
Hablé con mucha gente, más interesante, menos. Algunos de ellos siguen siendo hoy
mis amigos, de los mejores. Pero recuerdo que recibí un privado de un profesor de
filosofía. A mí me gustaba bastante la filosofía y hablábamos sobre ello. Me gustaba
que por el hecho de ser gay no tuviera forzosamente que hablar siempre de lo mismo.
Pero yo notaba algo raro. Para ser profesor de filosofía en un instituto, dudaba a veces.
No tenía claro conceptos que, como profesor, se lo tendría que saber al dedillo. Bien
estaba que yo, que no soy filósofo, tuviera lagunas. Pero ¿él? Me extrañaba, pero bueno,
no le di una importancia excesiva.
Un día me dijo que si quería quedar a tomar un café. Le dije que sí. Sin dudarlo. No me
producía miedo. Tenía mi desconfianza, pero miedo no. Además, quedamos en un
centro comercial muy concurrido con lo cual no había peligro ninguno.
Yo, como siempre, llegué antes y me senté en la mesa de la cafetería donde habíamos
quedado. Yo le había mandado mi fotografía. Él no, porque no tenía. O eso me dijo. En
aquellos tiempos no todo el mundo tenía fotografías escaneadas con lo cual llegué a
entenderlo.
Alguien me habló a mis espaldas.
— ¿Eres Alberto?
Me volví y vi a un chico de mi edad que conocía de vista y supuse que era Felipe, el
filósofo.
— ¿Felipe?
— Soy yo — me dijo dándome la mano.
— ¿Nos sentamos? — le dije
— Vale.
— Gracias por venir. Con esto de las citas a ciegas siempre creo que me van a dejar
plantado.
— Yo no soy de esos, no hago lo que no quiero que me hagan.
— Eso está bien. Bueno, pues aquí estamos. Hay que romper el hielo.
— Cuesta bastante hablar, ¿verdad?
— Sí que cuesta y mira que yo soy hablador.
— Yo también soy hablador, por mi profesión.
— Verdad, siendo profesor, tienes que hablar mucho.
— ¿Cómo? Ah, sí, sí, claro.
— Pues yo te conozco a ti y no sé de qué.
— Dicen que me parezco a un actor famoso.
— Sí, ya sé a quién dices, pero no. Yo te he visto a ti en algún sitio, vamos, que hemos
estado juntos en algún lado.
Se puso rojo y un poco nervioso.
— Pero bueno, no importa, puede ser lo que dices, de haber visto al actor ese y que tu
cara me suene.
— Lo más seguro. Por cierto, he llegado un poquitín más tarde porque estaba
terminando un trabajo en casa.
— ¿Y eso?
— Unas tarjetas de visita, que me gusta llevarlas siempre encima, soy muy clásico. No
es que esté muy puesto, pero me pasaron el Publisher y creo que me han salido medio
decentes. ¿Quieres ver una?
— Vale, yo sé hacerlas, si necesitas ayuda, aquí estoy. A ver.
Me dio una tarjeta de visita y me quedé helado cuando lo leí.
«Felipe Márquez González. Párroco de Nuestra Señora de las Azucenas. Villanueva de
la Frontera. Cádiz.»
Me quedé mirando la tarjeta y no era capaz de levantar la mirada.
— ¿Te ocurre algo? — me preguntó.
— ¿Eres cura?
— Sí, ¿te importa?
— Sí, me importa — le dije, alzando mi vista y mirándole a los ojos.
Se quedó en silencio. Notaba sus nervios.
— Yo ya sé de qué te conozco. He estado contigo en el seminario — continué
hablándole.
Seguía rojo y muy nervioso. Le temblaban los labios y la voz. Parecía que le iba a dar
un colapso.
— Tranquilo, Felipe. Tranquilo que yo no voy a decir nada ni te voy a juzgar.
Tranquilo.
— Es que me he cagado, tío, si es que no tenía que haber quedado.
— ¿Has quedado alguna vez con alguien como conmigo?
— No.
— ¿No me mientes?
— No, te lo aseguro. He quedado porque me pareciste distinto a lo que solía encontrar.
— ¿Tú no me recuerdas?
— No.
— Fui con unos amigos un domingo por la tarde al seminario a tomar café con los de
Introductorio, para conocer el seminario y ver si teníamos vocación, que a la vista está
no tenía. Tú estabas allí. Viniste con nosotros.
— Verdad, de una parroquia obrera ¿no?
— Sí.
— Tú eras el que nos contaste que estuviste en el Camino.
— El mismo.
— Sí, te recuerdo, es que veo a muchísima gente. Y no te esperaba aquí.
— Pues ya ves, que puntería.
— Quiero pasar desapercibido y quedo con uno que conoce la Iglesia – dijo resoplando.
— De pe a pa la conozco.
— Por favor, no digas nada.
— No, te he dicho que no. Puedes estar tranquilo. Bueno. ¿Y qué buscabas o esperabas
encontrar?
— Un amigo con el que poder hablar.
— ¿No buscabas ligar?
— Te he dicho que no.
— ¿Cómo lo llevas?
— ¿El qué?
— ¿El qué va a ser? El ser gay.
— Mal, muy mal. Nadie lo sabe.
— ¿No se lo has contado a nadie?
— A un compañero bajo secreto de confesión.
— ¿Qué te dijo?
— Que olvidara esto. Luego, dejó de hablarme.
— Yo no sé cómo ayudarte, porque estás en una organización muy cerrada.
— Tú también lo estás.
— Sí, pero en la periferia de la Iglesia. El curso que viene no voy a seguir en catequesis.
— ¿Por qué?
— Porque se fue un amigo al que quería mucho y luego me da miedo que se descubra
que un catequista de comunión es gay. Se puede formar una gorda.
— Llevas razón, se puede formar. Tú lo tienes más fácil para irte. Yo no.
— ¿Por qué?
— Porque si dejo de ser cura ¿de qué vivo?
— ¿No eras profesor de filosofía?
— Te mentí, hice Teología.
— Así tenías algunas dudas raras cuando hablaba contigo.
— Claro, la filosofía la estudié pero no la tengo al día, tenía que mirar en una guía. Tú
hacías preguntas muy complicadas.
— Porque no me fiaba.
— Pues ya ves, pasé la prueba.
— Sí, con reservas.
— ¿No tendrías que estar ahora en la parroquia? — le pregunté mirando el reloj.
— Los tengo en un encuentro de oración, tengo que volver dentro de una hora.
— Tiene cojones, ellos rezando y tú buscando ligues.
— Me has dicho que no me vas a juzgar.
— Joder, no me digas que no tiene su gracia.
— Lo sé, es absurdo. No tenía que haber venido.
— No, no creo. Yo creo que las cosas pasan por algo. Has encontrado a un gay y
cristiano. Imagina que te encuentras a un gay ateo.
— Me muero.
— ¿Cómo te has atrevido a enseñarme la tarjeta de visita? ¿No has tenido miedo?
— No sé, ha sido como un impulso. Bueno ¿y a ti qué tal te va?
— ¿A mí? — le contesté – Sería muy largo de contar. Estoy terminando de estudiar, me
gano la vida dando clases a estudiantes, y el amor un desastre. Estuve enamorado en la
mili, pero cuando terminó la mili se acabó. Luego, me enamoré en la parroquia de un
amigo heterosexual con lo cual era un amor imposible, aunque yo hice como una
especie de voto de castidad, yo me sentía feliz sólo porque siguiera siendo mi amigo.
Pero también se fue. Y ahora, aunque tengo amigos, ninguno es gay. Y necesito tener
gente gay para sentirme libre. El IRC ha sido la mejor manera que han inventado para
conocer gente, porque no soy de ir a bares ni a sitios de ambiente. Me molesta el ruido y
soy muy raro para esos sitios.
— Más o menos como yo. Buscando gente.
— ¿Y has pensado qué vas a hacer si te enamoras de alguien?
— ¿Yo cómo me voy a enamorar? Yo sí tengo voto de castidad, no puedo.
— Pero la carne es débil.
— Lo sé, pero solo busco amigos.
— Bueno, supongo que tendrás que hacer el mismo esfuerzo que un cura heterosexual,
aunque algunos se saltan la norma.
— Yo espero no saltármela. ¿Tienes teléfono móvil?
— No, algún día supongo.
— Era por poder hablar más veces con tranquilidad. Si quieres te regalo uno.
— ¿Cómo me lo vas a regalar?
— Porque me lo dan gratis. Hago el contrato y te lo regalan, yo me llevo una parte y tú
tienes un móvil gratis.
— ¿Cuánto tengo que pagar al mes?
— Tres mil pesetas. Pero en llamadas no gastarás mucho porque puedes utilizar SMS
utilizando un servidor extranjero y salen gratis. De todas formas, por la noche a partir de
las once y media de la noche sí es barato llamar.
— Vale, me interesa.
— En el coche tengo unos cuántos, así recaudamos dinero para la parroquia. Llévatelo a
casa, luego me mandas un correo con tu cuenta y te lo activan en el acto.
— Quedo con un tío para echar un polvo y me encuentro un cura que me contrata un
móvil.
— ¡Qué dices!
— Es broma, hombre.
— Me tengo que ir — me miró a los ojos y me alargó la mano — Me ha gustado
encontrarme, otra vez, contigo. Me siento más tranquilo.
— Puedes estarlo.
— ¿Nos veremos más?
— Claro, cuando quieras.
— Te llamo al móvil.
— Cuando lo hagas funcionar.
— Venga, me voy, que están a punto de terminar la meditación en la parroquia.
— Ok, ten cuidado por la carretera y no corras que las prisas no son buenas.
Me quedó una sensación agridulce por el encuentro. Por un lado me alegré porque era
buena persona y yo necesitaba algo así, una persona que supiera escuchar. Pero por otro
lado, joder, cura. Qué puntería, Alberto. Parece que la Iglesia te persigue o es que los
caminos del Señor son inescrutables y todos pasan por delante mía.
Cuando llegué a casa me conecté y él no estaba conectado al Messenger, otro sistema
recién salido que permitía chatear de una manera más individual y privada que el IRC.
Pero sí tenía un correo electrónico:
— Gracias por la tarde. Dame tu cuenta bancaria para el móvil.
Así hice. Por la mañana me despertó un bip. El teléfono móvil que yo había dejado
cargando y encendido recibió un SMS. Ya tiene usted activada la línea. Bienvenido a
Airtel. A continuación otro bip.
— Hola, soy Felipe. A esto me refería. Ya estamos conectados. Mete el servidor que te
he mandado por correo para que te salgan los SMS gratis. Un abrazo.
Flipé con el mensajito. Eso significaba estar online 24 horas sin depender del ordenador
de casa.
En mi casa también se sorprendieron de que tuviera un teléfono móvil. Como era gratis
y lo pagaba yo, les pareció bien. Además, muy práctico porque me podían localizar o
llamar para cualquier urgencia.
A la noche siguiente, di un salto porque el teléfono sonó y yo no me lo esperaba.
Reconocí en la pantalla el número de Felipe.
— Dime, qué tal.
— Hola, quería probar la llamada para ver si iba bien.
— Pues va, va estupendamente.
— ¿Qué tal estás?
— Estaba viendo la televisión, una película.
— Ah, estupendo. Yo estaba aquí leyendo un libro y antes de dormir he pensado en
llamarte. ¿Tú ves las televisiones locales?
— No suelo, me aburren.
— A mí también, soy más de series como Expediente X.
— No te creerás pero no he visto ningún capítulo.
— Pues no sabes lo que te pierdes.
— Internet me tiene enganchado.
— Hablando con chicos ¿No?
— Sí, hablando con chicos y con más cosas.
— Yo creí que solo hablabas conmigo.
— No hombre, conozco a más gente.
— ¿Y vas a quedar con más gente?
— Pues no lo sé. ¿Por?
— No, por nada, por nada, como ahora me habías conocido a mí. Pensé que…
— ¿Pensaste qué?
— No sé, que tal vez no quisieras conocer más gente por ahora.
— Oye ¿tú estás celoso?
— ¿De quién de ti? No, por favor.
— Entonces ¿Por qué me preguntas eso?
— No, porque ahora que he encontrado a alguien que merece la pena, eso de que
descubras a alguien mejor que yo, sin mis problemas y tal, pues probablemente me des
de lado.
— ¿Cómo puedes decir eso?
— Porque como conmigo no puedes tener sexo pues buscarás por otros sitios ¿no?
— Huy, la película que te estás montando. Dejémoslo ahí.
— Sí, soy especialista en montarme películas. Lo siento.
— No hay problema. ¿Quedamos algún otro día?
— Vale, ¿el sábado?
— Tiene que ser entre semana, los curas los fines de semana trabajamos.
— Pues cuando tú digas.
— ¿Vamos el miércoles al cine?
— Venga, si te parece, sí.
— ¿Qué vamos a ver?
— ¿Titanic?
— Me encanta la idea.
— Esperemos que no sea una profecía sobre nuestra amistad.
— No seas cenizo – le dije.
Fuimos a la última sesión, salimos tardísimo porque la película duró tres horas y media.
Ya no había nada abierto para ir a tomar algo. Además había que madrugar. Salimos
andando hacia nuestras casas.
— ¿Te ha gustado? — le pregunté.
— Triste final, pero de amores no entiendo.
— ¿Cómo no vas a entender de amores?
— Los curas no podemos enamorarnos.
— Será que no debéis enamoraros, pero como poder, podéis. A la vista está que hay
curas que se han salido y se han casado.
— Ya. Pero yo no puedo.
— ¿Por qué?
— Porque si me salgo, ¿de qué vivo?
— Tienes estudios.
— Que no valen nada. Sólo me cuenta hasta el bachillerato. Es como si me hubiera
quedado en tercero de BUP.
— Pues no te entiendo.
— ¿Que no entiendes?
— Que te metas en chat gays.
— Te he dicho que necesitaba tener amigos.
— Sí, pero te has metido en un chat gay. Es un riesgo. Puedes enamorarte.
— Necesitaba alguien que me comprendiera.
— Una mujer también te podía comprender.
— ¿Me quieres decir que estoy haciendo mal?
— No. Te quiero decir que te estás arriesgando.
— Lo sé. Si me descubren sería mi final.
— Me refiero a arriesgarte a enamorarte de otro hombre.
— Ya me pasó.
— ¿Te pasó? ¿te has enamorado siendo cura?
— Sí, de un compañero.
— ¿Y qué ocurrió?
— Nada, quedó dentro de mí.
— ¿No se lo dijiste nunca?
— ¿Cómo se lo iba a decir? Hubiera sido una locura.
— Chico, qué vida tan difícil. ¿Cómo se te ocurrió meterte a cura?
— Creía que tenía vocación.
— ¿Ya no la tienes?
— Sí, la tengo. Sólo que esto es una cruz muy difícil.
— Pero sigo sin entender. Será una cruz igual de difícil que para un cura heterosexual.
Tío, habéis jurado el voto de castidad.
— Ser casto no significa que puedas enamorarte.
— Ya. Pero vas a sufrir, no sé cómo se puede soportar. Por eso yo no soy cura. Mira
que me lo planteé.
— ¿Te lo has planteado?
— Estaba en el Camino hace un tiempo.
— No me jodas. ¿Tú en el Camino? No me lo creo, si me has dicho que estás en una
parroquia obrera ahora.
— Ya ves. Los caminos del Señor son inescrutables.
— Pues menudo lío que debes tener en la cabeza.
— Lo he tenido, sí. Y lo sigo teniendo.
— ¿Por qué?
— Cada día soporto menos la homofobia de la Iglesia.
— Pues eso es una cosa con la que tendrás que convivir. Con este Papa no tiene visos de
cambiar.
— No me gusta nada el Papa.
— Es conservador. No se le puede pedir más. Viene de una tierra comunista. Por eso
piensa así.
— Ojalá hubiera vivido Juan Pablo I.
— Lo más seguro es que las cosas hubieran empezado a ser distintas. Pero lo que
tenemos es lo que hay. Tengo que dejarte aquí, tiro para mi casa.
— Puedo acompañarte.
— No. No quiero que me vean con nadie llegando a casa.
— Lo entiendo.
Llegué a casa. Estaban todos dormidos. Apagué la luz de mi dormitorio y me metí en la
cama. Un bip encendió la pantalla del móvil iluminando la habitación.
— Buenas noches – decía un SMS.
Sonó otro bip.
— Gracias por la compañía. Hacía tiempo que no me sentía tan libre.
Me quedé pensando.
— Gracias a ti. Tú eres el que te estás ganando tu libertad.
Al día siguiente estaba en casa estudiando. Estaba matriculado en la facultad de
Psicología de la UNED. Durante el tiempo pasado había terminado el Instituto y
aprobado el acceso a la Universidad.
La pantalla de mi ordenador indicó con una ventana que Felipe se había conectado al
Messenger. En segundos me llegó el aviso de mensaje.
— Hola, ¿estás ocupado?
— Estaba aquí leyéndome un tema de sociología. ¿Y tú?
— Acabo de terminar con las cosas de la parroquia. Dejo la sacristía y me subo a casa.
— Estupendo.
— ¿Hablas con más gente del canal?
— Estoy conectado pero estoy callado ahora.
— Están contando que quieren hacer una quedada ¿qué es eso?
— Quedar todos juntos para ir a comer y luego ir a un sitio de ambiente. Básicamente es
eso.
— ¿Tú vas a ir?
— Quiero ir. Es en Cádiz. Allí no me conoce nadie.
— Qué suerte.
— Vente.
— Sabes que no puedo.
— Hombre, de sotana no puedes.
— No puedo.
— Lo sé. Lo entiendo.
— ¿Y qué harás?
— Lo que te he dicho quedar, cenar y luego ir a un sitio de ambiente.
— Si a ti no te gustan los ruidos, me dijiste una vez.
— No me gustan. Si no me gusta el sitio, me voy. Además, yo no he ido a ningún sitio
de ambiente. Tengo interés en conocerlo.
— Joder, me gustaría ir contigo.
— Pero no puedes.
— No puedo.
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