FELIPE (Un capítulo de AMOR SAGRADO).

Alberto está conectado a IRC, un chat muy popular en los años 90. Estaba conectado al canal #GayCádiz.

Hablé con mucha gente, más interesante, menos. Algunos de ellos siguen siendo hoy
mis amigos, de los mejores. Pero recuerdo que recibí un privado de un profesor de
filosofía. A mí me gustaba bastante la filosofía y hablábamos sobre ello. Me gustaba
que por el hecho de ser gay no tuviera forzosamente que hablar siempre de lo mismo.
Pero yo notaba algo raro. Para ser profesor de filosofía en un instituto, dudaba a veces.
No tenía claro conceptos que, como profesor, se lo tendría que saber al dedillo. Bien
estaba que yo, que no soy filósofo, tuviera lagunas. Pero ¿él? Me extrañaba, pero bueno,
no le di una importancia excesiva.
Un día me dijo que si quería quedar a tomar un café. Le dije que sí. Sin dudarlo. No me
producía miedo. Tenía mi desconfianza, pero miedo no. Además, quedamos en un
centro comercial muy concurrido con lo cual no había peligro ninguno.
Yo, como siempre, llegué antes y me senté en la mesa de la cafetería donde habíamos
quedado. Yo le había mandado mi fotografía. Él no, porque no tenía. O eso me dijo. En
aquellos tiempos no todo el mundo tenía fotografías escaneadas con lo cual llegué a
entenderlo.
Alguien me habló a mis espaldas.
— ¿Eres Alberto?
Me volví y vi a un chico de mi edad que conocía de vista y supuse que era Felipe, el
filósofo.
— ¿Felipe?
— Soy yo — me dijo dándome la mano.
— ¿Nos sentamos? — le dije
— Vale.
— Gracias por venir. Con esto de las citas a ciegas siempre creo que me van a dejar
plantado.
— Yo no soy de esos, no hago lo que no quiero que me hagan.
— Eso está bien. Bueno, pues aquí estamos. Hay que romper el hielo.
— Cuesta bastante hablar, ¿verdad?
— Sí que cuesta y mira que yo soy hablador.
— Yo también soy hablador, por mi profesión.
— Verdad, siendo profesor, tienes que hablar mucho.
— ¿Cómo? Ah, sí, sí, claro.

— Pues yo te conozco a ti y no sé de qué.
— Dicen que me parezco a un actor famoso.
— Sí, ya sé a quién dices, pero no. Yo te he visto a ti en algún sitio, vamos, que hemos
estado juntos en algún lado.
Se puso rojo y un poco nervioso.
— Pero bueno, no importa, puede ser lo que dices, de haber visto al actor ese y que tu
cara me suene.
— Lo más seguro. Por cierto, he llegado un poquitín más tarde porque estaba
terminando un trabajo en casa.
— ¿Y eso?
— Unas tarjetas de visita, que me gusta llevarlas siempre encima, soy muy clásico. No
es que esté muy puesto, pero me pasaron el Publisher y creo que me han salido medio
decentes. ¿Quieres ver una?
— Vale, yo sé hacerlas, si necesitas ayuda, aquí estoy. A ver.
Me dio una tarjeta de visita y me quedé helado cuando lo leí.
«Felipe Márquez González. Párroco de Nuestra Señora de las Azucenas. Villanueva de
la Frontera. Cádiz.»
Me quedé mirando la tarjeta y no era capaz de levantar la mirada.
— ¿Te ocurre algo? — me preguntó.
— ¿Eres cura?
— Sí, ¿te importa?
— Sí, me importa — le dije, alzando mi vista y mirándole a los ojos.
Se quedó en silencio. Notaba sus nervios.
— Yo ya sé de qué te conozco. He estado contigo en el seminario — continué
hablándole.
Seguía rojo y muy nervioso. Le temblaban los labios y la voz. Parecía que le iba a dar
un colapso.
— Tranquilo, Felipe. Tranquilo que yo no voy a decir nada ni te voy a juzgar.
Tranquilo.
— Es que me he cagado, tío, si es que no tenía que haber quedado.
— ¿Has quedado alguna vez con alguien como conmigo?
— No.
— ¿No me mientes?
— No, te lo aseguro. He quedado porque me pareciste distinto a lo que solía encontrar.

— ¿Tú no me recuerdas?
— No.
— Fui con unos amigos un domingo por la tarde al seminario a tomar café con los de
Introductorio, para conocer el seminario y ver si teníamos vocación, que a la vista está
no tenía. Tú estabas allí. Viniste con nosotros.
— Verdad, de una parroquia obrera ¿no?
— Sí.
— Tú eras el que nos contaste que estuviste en el Camino.
— El mismo.
— Sí, te recuerdo, es que veo a muchísima gente. Y no te esperaba aquí.
— Pues ya ves, que puntería.
— Quiero pasar desapercibido y quedo con uno que conoce la Iglesia – dijo resoplando.
— De pe a pa la conozco.
— Por favor, no digas nada.
— No, te he dicho que no. Puedes estar tranquilo. Bueno. ¿Y qué buscabas o esperabas
encontrar?
— Un amigo con el que poder hablar.
— ¿No buscabas ligar?
— Te he dicho que no.
— ¿Cómo lo llevas?
— ¿El qué?
— ¿El qué va a ser? El ser gay.
— Mal, muy mal. Nadie lo sabe.
— ¿No se lo has contado a nadie?
— A un compañero bajo secreto de confesión.
— ¿Qué te dijo?
— Que olvidara esto. Luego, dejó de hablarme.
— Yo no sé cómo ayudarte, porque estás en una organización muy cerrada.
— Tú también lo estás.
— Sí, pero en la periferia de la Iglesia. El curso que viene no voy a seguir en catequesis.
— ¿Por qué?
— Porque se fue un amigo al que quería mucho y luego me da miedo que se descubra
que un catequista de comunión es gay. Se puede formar una gorda.
— Llevas razón, se puede formar. Tú lo tienes más fácil para irte. Yo no.

— ¿Por qué?
— Porque si dejo de ser cura ¿de qué vivo?
— ¿No eras profesor de filosofía?
— Te mentí, hice Teología.
— Así tenías algunas dudas raras cuando hablaba contigo.
— Claro, la filosofía la estudié pero no la tengo al día, tenía que mirar en una guía. Tú
hacías preguntas muy complicadas.
— Porque no me fiaba.
— Pues ya ves, pasé la prueba.
— Sí, con reservas.
— ¿No tendrías que estar ahora en la parroquia? — le pregunté mirando el reloj.
— Los tengo en un encuentro de oración, tengo que volver dentro de una hora.
— Tiene cojones, ellos rezando y tú buscando ligues.
— Me has dicho que no me vas a juzgar.
— Joder, no me digas que no tiene su gracia.
— Lo sé, es absurdo. No tenía que haber venido.
— No, no creo. Yo creo que las cosas pasan por algo. Has encontrado a un gay y
cristiano. Imagina que te encuentras a un gay ateo.
— Me muero.
— ¿Cómo te has atrevido a enseñarme la tarjeta de visita? ¿No has tenido miedo?
— No sé, ha sido como un impulso. Bueno ¿y a ti qué tal te va?
— ¿A mí? — le contesté – Sería muy largo de contar. Estoy terminando de estudiar, me
gano la vida dando clases a estudiantes, y el amor un desastre. Estuve enamorado en la
mili, pero cuando terminó la mili se acabó. Luego, me enamoré en la parroquia de un
amigo heterosexual con lo cual era un amor imposible, aunque yo hice como una
especie de voto de castidad, yo me sentía feliz sólo porque siguiera siendo mi amigo.
Pero también se fue. Y ahora, aunque tengo amigos, ninguno es gay. Y necesito tener
gente gay para sentirme libre. El IRC ha sido la mejor manera que han inventado para
conocer gente, porque no soy de ir a bares ni a sitios de ambiente. Me molesta el ruido y
soy muy raro para esos sitios.
— Más o menos como yo. Buscando gente.
— ¿Y has pensado qué vas a hacer si te enamoras de alguien?
— ¿Yo cómo me voy a enamorar? Yo sí tengo voto de castidad, no puedo.
— Pero la carne es débil.

— Lo sé, pero solo busco amigos.
— Bueno, supongo que tendrás que hacer el mismo esfuerzo que un cura heterosexual,
aunque algunos se saltan la norma.
— Yo espero no saltármela. ¿Tienes teléfono móvil?
— No, algún día supongo.
— Era por poder hablar más veces con tranquilidad. Si quieres te regalo uno.
— ¿Cómo me lo vas a regalar?
— Porque me lo dan gratis. Hago el contrato y te lo regalan, yo me llevo una parte y tú
tienes un móvil gratis.
— ¿Cuánto tengo que pagar al mes?
— Tres mil pesetas. Pero en llamadas no gastarás mucho porque puedes utilizar SMS
utilizando un servidor extranjero y salen gratis. De todas formas, por la noche a partir de
las once y media de la noche sí es barato llamar.
— Vale, me interesa.
— En el coche tengo unos cuántos, así recaudamos dinero para la parroquia. Llévatelo a
casa, luego me mandas un correo con tu cuenta y te lo activan en el acto.
— Quedo con un tío para echar un polvo y me encuentro un cura que me contrata un
móvil.
— ¡Qué dices!
— Es broma, hombre.
— Me tengo que ir — me miró a los ojos y me alargó la mano — Me ha gustado
encontrarme, otra vez, contigo. Me siento más tranquilo.
— Puedes estarlo.
— ¿Nos veremos más?
— Claro, cuando quieras.
— Te llamo al móvil.
— Cuando lo hagas funcionar.
— Venga, me voy, que están a punto de terminar la meditación en la parroquia.
— Ok, ten cuidado por la carretera y no corras que las prisas no son buenas.
Me quedó una sensación agridulce por el encuentro. Por un lado me alegré porque era
buena persona y yo necesitaba algo así, una persona que supiera escuchar. Pero por otro
lado, joder, cura. Qué puntería, Alberto. Parece que la Iglesia te persigue o es que los
caminos del Señor son inescrutables y todos pasan por delante mía.

Cuando llegué a casa me conecté y él no estaba conectado al Messenger, otro sistema
recién salido que permitía chatear de una manera más individual y privada que el IRC.
Pero sí tenía un correo electrónico:
— Gracias por la tarde. Dame tu cuenta bancaria para el móvil.
Así hice. Por la mañana me despertó un bip. El teléfono móvil que yo había dejado
cargando y encendido recibió un SMS. Ya tiene usted activada la línea. Bienvenido a
Airtel. A continuación otro bip.
— Hola, soy Felipe. A esto me refería. Ya estamos conectados. Mete el servidor que te
he mandado por correo para que te salgan los SMS gratis. Un abrazo.
Flipé con el mensajito. Eso significaba estar online 24 horas sin depender del ordenador
de casa.
En mi casa también se sorprendieron de que tuviera un teléfono móvil. Como era gratis
y lo pagaba yo, les pareció bien. Además, muy práctico porque me podían localizar o
llamar para cualquier urgencia.
A la noche siguiente, di un salto porque el teléfono sonó y yo no me lo esperaba.
Reconocí en la pantalla el número de Felipe.
— Dime, qué tal.
— Hola, quería probar la llamada para ver si iba bien.
— Pues va, va estupendamente.
— ¿Qué tal estás?
— Estaba viendo la televisión, una película.
— Ah, estupendo. Yo estaba aquí leyendo un libro y antes de dormir he pensado en
llamarte. ¿Tú ves las televisiones locales?
— No suelo, me aburren.
— A mí también, soy más de series como Expediente X.
— No te creerás pero no he visto ningún capítulo.
— Pues no sabes lo que te pierdes.
— Internet me tiene enganchado.
— Hablando con chicos ¿No?
— Sí, hablando con chicos y con más cosas.
— Yo creí que solo hablabas conmigo.
— No hombre, conozco a más gente.
— ¿Y vas a quedar con más gente?
— Pues no lo sé. ¿Por?

— No, por nada, por nada, como ahora me habías conocido a mí. Pensé que…
— ¿Pensaste qué?
— No sé, que tal vez no quisieras conocer más gente por ahora.
— Oye ¿tú estás celoso?
— ¿De quién de ti? No, por favor.
— Entonces ¿Por qué me preguntas eso?
— No, porque ahora que he encontrado a alguien que merece la pena, eso de que
descubras a alguien mejor que yo, sin mis problemas y tal, pues probablemente me des
de lado.
— ¿Cómo puedes decir eso?
— Porque como conmigo no puedes tener sexo pues buscarás por otros sitios ¿no?
— Huy, la película que te estás montando. Dejémoslo ahí.
— Sí, soy especialista en montarme películas. Lo siento.
— No hay problema. ¿Quedamos algún otro día?
— Vale, ¿el sábado?
— Tiene que ser entre semana, los curas los fines de semana trabajamos.
— Pues cuando tú digas.
— ¿Vamos el miércoles al cine?
— Venga, si te parece, sí.
— ¿Qué vamos a ver?
— ¿Titanic?
— Me encanta la idea.
— Esperemos que no sea una profecía sobre nuestra amistad.
— No seas cenizo – le dije.
Fuimos a la última sesión, salimos tardísimo porque la película duró tres horas y media.
Ya no había nada abierto para ir a tomar algo. Además había que madrugar. Salimos
andando hacia nuestras casas.
— ¿Te ha gustado? — le pregunté.
— Triste final, pero de amores no entiendo.
— ¿Cómo no vas a entender de amores?
— Los curas no podemos enamorarnos.
— Será que no debéis enamoraros, pero como poder, podéis. A la vista está que hay
curas que se han salido y se han casado.
— Ya. Pero yo no puedo.

— ¿Por qué?
— Porque si me salgo, ¿de qué vivo?
— Tienes estudios.
— Que no valen nada. Sólo me cuenta hasta el bachillerato. Es como si me hubiera
quedado en tercero de BUP.
— Pues no te entiendo.
— ¿Que no entiendes?
— Que te metas en chat gays.
— Te he dicho que necesitaba tener amigos.
— Sí, pero te has metido en un chat gay. Es un riesgo. Puedes enamorarte.
— Necesitaba alguien que me comprendiera.
— Una mujer también te podía comprender.
— ¿Me quieres decir que estoy haciendo mal?
— No. Te quiero decir que te estás arriesgando.
— Lo sé. Si me descubren sería mi final.
— Me refiero a arriesgarte a enamorarte de otro hombre.
— Ya me pasó.
— ¿Te pasó? ¿te has enamorado siendo cura?
— Sí, de un compañero.
— ¿Y qué ocurrió?
— Nada, quedó dentro de mí.
— ¿No se lo dijiste nunca?
— ¿Cómo se lo iba a decir? Hubiera sido una locura.
— Chico, qué vida tan difícil. ¿Cómo se te ocurrió meterte a cura?
— Creía que tenía vocación.
— ¿Ya no la tienes?
— Sí, la tengo. Sólo que esto es una cruz muy difícil.
— Pero sigo sin entender. Será una cruz igual de difícil que para un cura heterosexual.
Tío, habéis jurado el voto de castidad.
— Ser casto no significa que puedas enamorarte.
— Ya. Pero vas a sufrir, no sé cómo se puede soportar. Por eso yo no soy cura. Mira
que me lo planteé.
— ¿Te lo has planteado?
— Estaba en el Camino hace un tiempo.

— No me jodas. ¿Tú en el Camino? No me lo creo, si me has dicho que estás en una
parroquia obrera ahora.
— Ya ves. Los caminos del Señor son inescrutables.
— Pues menudo lío que debes tener en la cabeza.
— Lo he tenido, sí. Y lo sigo teniendo.
— ¿Por qué?
— Cada día soporto menos la homofobia de la Iglesia.
— Pues eso es una cosa con la que tendrás que convivir. Con este Papa no tiene visos de
cambiar.
— No me gusta nada el Papa.
— Es conservador. No se le puede pedir más. Viene de una tierra comunista. Por eso
piensa así.
— Ojalá hubiera vivido Juan Pablo I.
— Lo más seguro es que las cosas hubieran empezado a ser distintas. Pero lo que
tenemos es lo que hay. Tengo que dejarte aquí, tiro para mi casa.
— Puedo acompañarte.
— No. No quiero que me vean con nadie llegando a casa.
— Lo entiendo.
Llegué a casa. Estaban todos dormidos. Apagué la luz de mi dormitorio y me metí en la
cama. Un bip encendió la pantalla del móvil iluminando la habitación.
— Buenas noches – decía un SMS.
Sonó otro bip.
— Gracias por la compañía. Hacía tiempo que no me sentía tan libre.
Me quedé pensando.
— Gracias a ti. Tú eres el que te estás ganando tu libertad.
Al día siguiente estaba en casa estudiando. Estaba matriculado en la facultad de
Psicología de la UNED. Durante el tiempo pasado había terminado el Instituto y
aprobado el acceso a la Universidad.
La pantalla de mi ordenador indicó con una ventana que Felipe se había conectado al
Messenger. En segundos me llegó el aviso de mensaje.
— Hola, ¿estás ocupado?
— Estaba aquí leyéndome un tema de sociología. ¿Y tú?
— Acabo de terminar con las cosas de la parroquia. Dejo la sacristía y me subo a casa.
— Estupendo.

— ¿Hablas con más gente del canal?
— Estoy conectado pero estoy callado ahora.
— Están contando que quieren hacer una quedada ¿qué es eso?
— Quedar todos juntos para ir a comer y luego ir a un sitio de ambiente. Básicamente es
eso.
— ¿Tú vas a ir?
— Quiero ir. Es en Cádiz. Allí no me conoce nadie.
— Qué suerte.
— Vente.
— Sabes que no puedo.
— Hombre, de sotana no puedes.
— No puedo.
— Lo sé. Lo entiendo.
— ¿Y qué harás?
— Lo que te he dicho quedar, cenar y luego ir a un sitio de ambiente.
— Si a ti no te gustan los ruidos, me dijiste una vez.
— No me gustan. Si no me gusta el sitio, me voy. Además, yo no he ido a ningún sitio
de ambiente. Tengo interés en conocerlo.
— Joder, me gustaría ir contigo.
— Pero no puedes.
— No puedo.

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La lupa

El niño Alfonsito era así. Le gustaba la óptica y era un peligro con su lupa. Quemé a mi padre, a mi madre, a mi hermana y a mi tía . Me quedé sorprendido cuando de adolescente leí un libro donde el protagonista le quemaba la barriga a un gato que dormía plácidamente detrás de la luna de un escaparate en una tienda. ¿Alguien sabe a qué libro muy conocido de un autor español ya fallecido me refiero ?
#libros

Mañanas de verano

Mis mañanas de verano, salvo los domingos que me llevaban a la playa eran absolutamente iguales. No recuerdo a la hora que me levantaba. Desayunaba, colacao con pan tostado con mantequilla o galletas. La rutina comenzaba. Aunque siempre sacaba buenas notas, mi madre me obligaba a hacer tareas del colegio todas las mañanas. Entonces no habían esos libros de vacaciones Santillana. Estaban a punto de aparecer. Mi madre me ponía con los cuadernitos Rubio. No le daba mucha importancia a la caligrafía, cosa que tenía que haber hecho, porque siempre he tenido un letra horrible para mi gusto. Ella creía más fundamental las matemáticas. Allí estaba yo haciendo sumas interminables, pero las operaciones que más coraje me daban eran las divisiones con varias cifras y decimales.
Luego me las corregía mi hermana, porque mi madre no sabía hacer divisiones. Salió del colegio antes de aprenderlo.
Después me iba a jugar a la calle. En mi caso, era el campo, con mis vecinos. Si hacía mucho calor, nos poníamos debajo de una parra grande y allí jugábamos a juegos de mesa, como los juegos reunidos Geyper o el Monopoly. A este jugábamos menos porque terminábamos enfadados siempre.
Cuando nos cánsabamos leíamos tebeos y libros juveniles. O si la calor ya era inaguantable, nuestras madres colocaban por la mañana un baño de zinc al Sol y nos dábamos un chapuzón. Así hasta la hora de comer a la una y medio o así, cuando llegaba mi padre de trabajar. En casa comíamos todos juntos con una puntualidad absoluta. Esa obsesión de mi madre la llevo encima todavía. Cosas que aprendes a fuego.

Como nació mi novela Amor Sagrado

Fue hace mucho tiempo. Eran los tiempos del IRC. Año 1997. El IRC era un programa en el que entrabas a través de la primigenia internet a nivel usuario en canales de distintas temáticas. Había muchos canales gays. Era el sitio perfecto porque entras con un nick, como un alias, no ponías tu nombre y así conservar el anonimato. Los canales gays se extendieron y se dividieron en canales gays provinciales e inclusos las ciudades grandes, como Jerez, llegamos a tener uno. Yo llegué a ser operador de canal, un rango en el que algunos miembros, creadores o amigos de los creadores, controlaban que el canal no se fuera de las manos con gente que entrara a meter la pata.

Allí conocí a alguien. No recuerdo su alias. Estuvimos hablando por el canal y luego pasamos a hablar en privado. Profesor de filosofía de un Instituto de una ciudad fuera de Jerez. O eso me dijo. En aquel tiempo,  yo tenía muy fresca la Filosofía por entonces. Hablaba de ella con este hombre, pero le veía algunas lagunas. Me extraño, pero bueno, tampoco le di la mayor importancia.

Hablamos un rato y decidimos quedar. No me gusta alargar las conversaciones sin conocer a la persona. He aprendido que hay gente que se monta unas películas que luego no terminan bien.

Quedamos una tarde en Carrefour Sur, como siempre hago en sitios públicos. Soy desconfiado. ¿Y si me están mintiendo y me están esperando para darme una paliza?

Tampoco buscaba sexo rápido. No era mi prioridad en ese momento de mi vida.

Quedamos y llegó tarde. En esa época no había móviles, así que cuando alguien llegaba tarde, siempre te preguntabas si te había dejado plantado. Era algo bastante común. Pero no, llegó a una hora razonable. Cuando lo vi, me quedé en plan: “¡Pero si te conozco!” Pero no sabía de dónde. ¡Conozco a tanta gente y soy tan malo para recordar las caras!

Nos presentamos, nos sentamos a tomar un café y me dijo que había llegado tarde porque había tenido que recoger unas tarjetas de visita que había hecho. Me da una tarjeta. ¡Y era un cura! Sacerdote de la parroquia tal.

¡Ahí mismo caí en quién era! No lo conocía de eso porque no era de la provincia, pero no voy a dar más detalles porque respeto su privacidad. Se lo dije: “Te conozco“. ¡Se quedó blanco! Le dije: “Te conozco de esto y esto. Te vi en tal sitio“. “Sí, me acuerdo“, me dijo con un hilo de voz.

Tranquilo, no voy a decir nada. No soy tan cabrón. Se sintió con confianza y me contó todo el drama que vive un sacerdote católico que es gay y que se pasaba la castidad por el forro. ¿No te da vergüenza? le dije. Supongo que el voto de castidad es para todos. Me dijo que bueno, que no era eso lo común. No lo sé. En su caso, no.

¿Por qué no te sales?

Porque no sé de qué voy a vivir. El sacerdocio como profesión. 

No me quedé más con él. Sé que se asustó. Le perdí la pista. Me dijeron que se había ido a otro sitio. Luego lo volví a ver por la televisión soltando uno de los discursos más homófobos que he escuchado. Qué ironía, pensé.

Hoy no sé qué será de él. Ni idea. 

Aquella experiencia, yo, que soy creyente y encontrarme con un cura de carne y hueso, gay, me marcó. Algo escribí en Religión Digital por aquél tiempo sobre la homosexualidad y la religión católica. Muchos curas gays me leyeron. Me enviaron mensajes anónimos contándome sus penas y lo que sufrían. Otros me escribieron y me pusieron a parir. Alguno me acosó tanto buscando sexo teléfonico que tuve que cambiar el número del teléfono fijo.

He ayudado a curas que lo han pasado muy mal. A otros que perdieron la cabeza y llegaron a hace absolutas barbaridades como ponerse en los perfiles de sexo con su rostro sin ser consciente de la que les podía caer encima. 

No sé qué habré hecho en otra vida. Pero como haya un cura gay, ese me busca. Para bien o para mal. Aquí sigo aguantando, soportando y ayudando si se tercia.

De ahí nació mi novela Amor Sagrado. De todas experiencias, nació la historia de un cura ficticio, Felipe,  que tiene bastante de muchos curas reales y a la vez, nada de ellos. Porque al fin y al cabo, la novela es sólo una historia, que si se parece a la realidad, es sólo pura coincidencia.

Puedes comprarlo pinchando en la foto de abajo o me escribes a alfonso.saborido@gmail.com y yo te lo envío si estás en España.

Historias de la mili

Hay recuerdos de cosas de la mili que todavía andan por ahí perdidas en la memoria y cuando menos las esperas te viene el flash. Apunté muchas cuando escribí mi novela hace ya unos cuántos años, pero me siguen viniendo. Como ésta.

Entonces era yo cabo primero y estaba de guardia junto a un artillero en la puerta de autos, controlando los vehículos que salían y entraban. Creo que el servicio terminaba a las diez o antes de la retreta. Debía ser invierno porque era de noche.

Llegó un coche civil a la puerta y se bajaron dos chicos y una chica, de unos veintipocos años. Nos cuentan que el padre de la chica era militar, que no estaba en casa y que habían empezado a jugar entre ellos y que se había puesto las esposas del padre. No sé fijó en las llaves y cuando las fue a buscar, no las encontró.

No quería que su padre se enterara (que se enteraría, digo yo). Habían llamado a la Polícia y le dijeron que ellos no tenían instrumentos para poder abrirlas y la enviaron a nuestro cuartel.

El artillero y yo alucinamos con la historia. Llamé por el telefonillo al Oficial de Guardia y esté salió y habló con ellos. Le contaron la misma historia. Así que se los llevó para el cuerpo de guardia y llamó a uno de los artilleros de la batería de servicios que estaban de guardia para que con una cizalla les abrieran las esposas.

El caso es que yo terminé la guardia y me fui para mi batería. Al día siguiente, me enteré de que se las habían quitado y asunto terminado.

La historia me pareció surrealista, pero sucedió en el Cuartel Nuestra Señora de la Cabeza, Regimiento de Artillería Antiaérea, número 74.

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Web Jesús en el arte

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Amor Sagrado. La novela.

Fotografía: Pixabay.

Fue hace mucho tiempo. Tanto que era el siglo pasado. Corrían los tiempos del IRC. Año 1997. El IRC era un programa en el que entrabas a través de la primigenia internet a nivel usuario en canales de distintas temáticas. Había muchos canales gays. Era el sitio perfecto porque entrabas con un nick, como un alias, no ponías tu nombre y así conservabas el anonimato. Los canales gays se extendieron y se dividieron en canales gays provinciales e inclusos las ciudades grandes, como Jerez, llegamos a tener uno. Yo llegué a ser operador de canal, un rango en el que algunos miembros, creadores o amigos de los creadores, controlaban que el canal no se fuera de las manos con gente que entrara a meter la pata.

Allí conocí a alguien. No recuerdo su alias. Estuvimos hablando por el canal y luego pasamos a hablar en privado. Profesor de filosofía de un Instituto de una ciudad fuera de Jerez. O eso me dijo. En aquel tiempo,  yo tenía muy fresca la filosofía por entonces. Hablaba de ella con este hombre, pero le veía algunas lagunas. Me extraño, pero bueno, tampoco le di la mayor importancia.

Después de un tiempo hablando, quedamos en persona. A mí nunca me ha gustado alargar eternas conversaciones sin ver a la persona. La experiencia me enseñó que determinada gente se montaba una película que luego no terminaba bien.

Quedamos como digo una tarde en Carrefour Sur. Siempre quedaba en sitios públicos. Soy desconfiado. Quién sabe si te están mintiendo y te están esperando para darte una paliza.

Tampoco es que buscara sexo rápido. No. No era aquella cuestión mía en ese momento de mi vida.

El caso es que cuando quedamos llegó tarde. No había móviles aún. El llegar tarde siempre te hacía sospechar de que te habían dejado plantado. Mucha gente lo hacía. Pero no, llegó a una hora prudente. Cuando le vi, me quedé a cuadros porque le conocía, pero no sabía de qué. Yo conozco a mucha gente y soy malo para las caras. 

Nos presentamos, nos sentamos a tomarnos un café y me dijo que había llegado tarde porque había tenido que recoger unas tarjetas de visitas que había hecho y tal. Me da una tarjeta. Fulanito de tal. Sacerdote de la parroquia tal.

Caí en el acto. Lo conocía de eso. No voy a dar más datos aquí porque respeto su anonimato. Se lo dije. Te conozco. Se quedó blanco. Te conozco de esto y esto. Te ví en tal sitio. Yo era fulanito.

— Me acuerdo — me dijo con un hilo de voz.

— Tranquilo, que no voy a decir nada. No soy tan cabrón.

Se sintió con confianza y me contó todo el drama que vive un sacerdote católico que es gay y que se pasaba la castidad por el forro.

— ¿No te da vergüenza? Supongo que el voto de castidad es para todos. Me dijo que bueno, que no era eso lo común. No lo sé. En su caso, no.

— ¿Por qué no te sales?

— Porque no sé de qué voy a vivir.

El sacerdocio como profesión. 

No quedé más con él. Sé que se asustó. Le perdí la pista. Me dijeron que se había ido a otro sitio. Luego lo volví a ver por la televisión soltando uno de los discursos más homófobos que he escuchado. Qué ironía, pensé.

Hoy no sé qué será de él. Ni idea. 

Aquella experiencia, yo, que soy creyente y encontrarme con un cura de carne y hueso, me marcó. Algo escribí en Religión Digital por aquél tiempo sobre la homosexualidad y la religión católica. Muchos curas gays me leyeron. Me enviaron mensajes anónimos contándome sus penas y lo que sufrían. Otros me escribieron y me pusieron a parir. Alguno me acosó tanto buscando sexo teléfonico que tuve que cambiar el número del teléfono fijo.

He ayudado a curas que lo han pasado muy mal. A otros que perdieron la cabeza y llegaron a hace absolutas barbaridades como ponerse en los perfiles de sexo con su rostro sin ser consciente de la que les podía caer encima. 

No sé que habré hecho en otra vida. Pero como haya un cura gay, ese me busca. Para bien o para mal. Aquí sigo aguantando, soportando y ayudando si se tercia.

De ahí nació mi novela Amor Sagrado. De todas experiencias, nació la historia de un cura ficticio, Felipe,  que tiene bastante de muchos curas reales y a la vez, nada de ellos. Porque al fin y al cabo, la novela es sólo una historia, que si se parece a la realidad, es sólo pura coincidencia.

Por cierto, en esto que he escrito hay cosas que no son así. Lo digo por si a alguien le da por pensar quién pudiera ser. Pues no, no van a tener ni idea. No le busquen cerca.

Puedes leer Amor Sagrado gratis si eres suscriptor de Kindle o en papel si lo pides a través de Amazon. Si lo quieres en papel pero no puedes pedirlo por Amazon, pídemelo a mí que yo te lo envío.

El linaje de las estrellas – Daniel Fopiani – Novela.

“Nos ha tocado vivir en un mundo donde los libros se tiran a la basura”.

Esta frase de la novela de Daniel Fopiani (Sargento Primero de Infantería de Marina, San Fernando, Cádiz, 1990) “El linaje de las estrellas” me ha dejado totalmente K.O.

En la radio en la que estoy recogemos libros, que expurgamos y me quedo asombrado de lo que es capaz la gente de deshacerse. Yo tengo todos mis libros desde chico. Un día los iré poniendo. Son mi vida, los dejaré cuando me muera pero jamás los tiraré a la basura. Cómo mucho, reciclar enciclopedias viejas.

En mi piso de 52 M2 no me caben. El ebook para mí es el gran invento.

El linaje de las estrellas me está fascinando porque Fopiani integra todo lo que me gusta: la marina, el ejército, la inmigración, la astronomía, la filosofía, la religión, la isla de San Fernando y ¡Jerez! qué en cierto barrio lo van a corretear cuando lean el libro. Pero bueno yo también vivo en el 11408. Haré de guardaespaldas 😂

Por aquí voy. @Planetadelibros @espasaeditorial #librosrecomendados #LibrosNuevos #novela #Cadiz #SanFernando #Jerez #Andalucía @lavozdelsures

La Humanidad: náufragos en el espacio.

A veces pienso que la Humanidad se parece un náufrago, como aquellos que veíamos en las viñetas de los comics, solos en una isla con una solitaria palmera.
Para la Humanidad, encontrar planetas fuera del Sistema Solar es como ver en el horizonte (o más allá) barcos que jamás nos encontrarán. Entre esos barcos, alguno puede que nos encuentre, pero sólo les quede mirarnos, sabiendo que jamás podrán llegar a nosotros si es que intuyen que existimos.
Puede que alguno sí sepa de nosotros, pero no sabemos por qué, jamás se manifiestan. O simplemente, han mirado cuando aún no estábamos. O han mirado cuando ya hemos desaparecido.
Ya. Recuerdo la paradoja aterrorizante e inquietante de Enrico Fermi, pero prefiero quedarme con las palabras del maestro Carl Sagan que se refería a este universo en el que vivimos y a su gran espacio desaprovechado.
El exoplaneta de nombre Percival (¿será por Percival Lowell, el que creyó ver canales en Marte?) está a 310 años luz de la Tierra.

(c) Lucy Reading-Ikkanda/Simons Foundation

https://www.europapress.es/ciencia/astronomia/noticia-conoce-planeta-percival-zona-habitable-brillante-estrella-20240506102615.html

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